¡Te damos la bienvenida al castillo de Miravet!

Con esta guía, descubrirás la historia de este lugar y las historias de las personas relacionadas con él a lo largo del tiempo. Solo tienes que escuchar y dejarte llevar por las indicaciones. Además, los puntos de la guía están marcados en los distintos paneles que vas a ir encontrando a lo largo del recorrido.

Pero, antes de continuar, una advertencia: cuando se instaló la red de wifi en el castillo, se detectaron unas misteriosas interferencias del pasado. De vez en cuando, es posible que oigas voces de personas que habitaron este lugar. No te asustes y escúchalas.

Ahora, dirígete al primer punto de la guía, en lo alto de las escaleras que bajan a las caballerizas. ¡Empecemos!

Este castillo es una impresionante fortaleza de la orden del Templo de los siglos XII y XIII. La orden se fundó en 1120 en Jerusalén y fue la primera orden religiosa y militar de la cristiandad. Su principal misión era proteger a los peregrinos cristianos que viajaban a Tierra Santa y cuidar de ellos, además de conquistar aquellos territorios y defender los santuarios.

Durante más de 150 años, este castillo fue la sede principal de las encomiendas templarias del Ebro y se convirtió en un gran centro de poder en Cataluña. Desde aquí se construyó una red militar y económica que llegó a desafiar incluso a los reyes más poderosos de la época.

¿Te has preguntado por qué el castillo está aquí y no en otro lugar? La respuesta tiene que ver con las vistas, por supuesto. Este lugar, situado en una colina a unos 100 metros de altitud, es un mirador privilegiado desde el que se controla un tramo del río Ebro y las tierras de alrededor. Gracias a su ubicación estratégica, ha sido habitado desde tiempos prehistóricos. Aquí se establecieron los íberos, posiblemente también los romanos y, más tarde, los musulmanes y los cristianos. Desde este punto, pudieron dominar un territorio en el que el agua y el río han determinado el paisaje, la economía y las relaciones humanas.

Para seguir con la visita, dirígete al siguiente punto de la guía.

Ahora ya conoces el castillo templario, pero este lugar tiene muchas más cosas por contar. ¿Sabías que bajo estas piedras se encuentran los restos de un hisn, es decir, de una fortaleza andalusí? Es el recuerdo de una sociedad que, bajo el nombre de al-Ándalus, dominó estas tierras entre los siglos VIII y XII, y que fue finalmente sometida por los nuevos señores feudales. Y eso no es todo: estos muros han sido testigos de otros muchos episodios históricos, a menudo marcados por conflictos y guerras, hasta muy avanzado el siglo XX.

Cuando se ve el castillo de Miravet por primera vez, impresiona su enorme altura y el grosor de sus muros. Pero ¿era realmente necesaria una fortificación tan robusta para defenderse de las armas de la época, o con eso se escondían otras intenciones?

Como sabes, este castillo se alzó sobre el antiguo hisn o castillo andalusí, respetando en parte su disposición original. Pero la orden religiosa de los templarios no se limitó a ocupar la fortaleza, sino que dejó claro que había llegado un nuevo poder. Construyeron un edificio imponente para convertirlo en símbolo de la autoridad cristiana y para borrar el testimonio de los sarracenos, que es la forma con la que los cristianos llamaron a los andalusíes tras la conquista. Como tantas otras veces a lo largo de la historia, borrar y sustituir los símbolos de otra cultura es una forma de afirmar la propia.

Como ves, Miravet —o Murabit, como se llamaba en época andalusí— ha sido un lugar por el que han pasado varias culturas. Pero ¿cómo ha sido la vida aquí a lo largo de la historia? ¿Cómo pasó el poder de unas manos a otras? ¿Cómo coexistieron las distintas comunidades religiosas que coincidieron en el territorio? ¿Cómo vivía la gente del pueblo? Las respuestas te esperan entre estas murallas.

Para continuar la visita, baja por la escalera que tienes al lado y detente en la puerta de las caballerizas, esta construcción que se encuentra en el rellano final a la derecha.

Este espacio ha tenido usos distintos a lo largo del tiempo, y conserva las huellas de las sociedades que lo han habitado.

Los restos más antiguos son dos muros íberos del siglo II a. C., que probablemente formaban parte de un pequeño núcleo urbano. Son los dos muros que hay en medio de la estancia.

También quedan restos del hisn o castillo andalusí, construido en época islámica.

Pero el edificio que ves actualmente se construyó entre los siglos xii y xiii por los templarios, que le dieron un uso administrativo y de almacén. En esa época, tenía una gran puerta con una arcada adovelada. Años más tarde, el rey Jaime II, el Justo, expulsó a la orden del Templo de Miravet y dio el castillo a una nueva orden, la del Hospital. Los hospitalarios transformaron el espacio en caballerizas entre los siglos XIV y XV, y habilitaron los comederos para los animales, que aún son visibles hoy en día a cada lado.

Estas paredes han sido, como ves, testigo de importantes cambios sociales, y el espacio se ha adaptado a usos distintos en función de las necesidades de cada época.

Para saber cómo se produjo la transición entre el poder andalusí y la nueva sociedad feudal, dirígete a la terraza de abajo y camina hasta el final, donde encontrarás el siguiente panel de referencia.

Ahora te encuentras en la explanada inferior del castillo, conocida como el recinto inferior. Probablemente, este espacio tiene su origen en el albacar o cerca de época musulmana. Siempre ha estado descubierto, como ahora, y se rodeó con un muro hasta los riscos para evitar ataques directos al recinto principal.

Además, este espacio también servía de refugio para la población y el ganado cuando se daban amenazas externas, sobre todo durante la época andalusí, antes de la conquista definitiva por parte de los cristianos. Décadas de violencia constante provocaron que muchos habitantes abandonaran los asentamientos y buscaran protección en zonas más seguras.

Diàleg: dos personajes andalusíes se recogen en el albacar para protegerse de los ataques de los condes catalanes.

De fondo, se oye un rebaño de corderos.

• Hombre: Ya no lo aguanto más. Pasamos la mayor parte del tiempo aquí, refugiados en el castillo.
• Mujer: Hay que tener fe. Alá nos ayudará a detener a los soldados cristianos.
• Hombre: Los cristianos ya han tomado Ṭurṭūša y Lārida. La próxima en caer será Murabit. Y yo no quiero estar aquí cuando eso ocurra. Estoy harto de vivir con miedo.
• Mujer: ¿Y qué quieres hacer, abandonar las tierras? ¿Dejar atrás nuestra casa y la de nuestros antepasados?
• Hombre: ¿Pero es que no has oído lo que hacen con la gente cuando toman las ciudades? ¡A los que no matan, los convierten en esclavos!
• Mujer: En algunos sitios les han perdonado la vida y les han dejado continuar con las tierras.
• Hombre: Te aseguro que no voy a quedarme esperando a que los invasores decidan sobre nuestras vidas. En cuanto vuelva la calma, nos iremos hacia el sur, hacia Balansiya. Allí no podrán entrar jamás.

Cuando los cristianos conquistaron el territorio, y según las crónicas de la época, hubo un auténtico baño de sangre. La mayoría de los musulmanes que sobrevivieron fueron expulsados o convertidos en cautivos, es decir, en esclavos. Muchas zonas quedaron deshabitadas y en lugares como Siurana, Ulldecona o La Sénia no quedó rastro de la población islámica.

En algunas zonas como la Ribera d’Ebre, especialmente en Ascó, Móra y Vinebre, se permitió que parte de la población musulmana derrotada se quedara, lo que dio lugar a una coexistencia entre comunidades musulmanas y cristianas que vivían separadas, sin una integración real. En otros lugares, como Miravet, Benissanet y Riba-roja, la presencia musulmana se mantuvo de forma casi exclusiva, no por compasión, sino porque la habilidad que tenían para el cultivo de la tierra representaba una fuente de riqueza para los nuevos señores feudales. Estas comunidades conservaron cierta autonomía; se organizaban a través de la aljama, y funcionaban legalmente al margen de los cristianos.

Esta coexistencia se rompió a inicios del siglo xvi, cuando los musulmanes fueron obligados a bautizarse y pasaron a ser cristianos nuevos, también conocidos como moriscos. En el siglo xvii, los moriscos fueron expulsados definitivamente de la Península, a raíz de la orden promulgada por Felipe III.

Para continuar la visita, sigue el muro hasta llegar a la terraza sur. Podrás acceder a ella por un corte en la muralla.

Durante la época andalusí, en el entorno de Miravet se modeló un espacio de cultivo formado principalmente por pequeñas parcelas cultivadas por un campesinado experto. Hoy, si te fijas, el paisaje es todavía un mosaico de cultivos, como por aquel entonces.

Las parcelas se situaban en torno a las residencias de la población y cerca de las riberas del río, pero bastante alejadas de las zonas inundables. Se regaban con norias, un ingenioso sistema mecánico que servía para recoger el agua de los pozos y que los árabes habían difundido por todos sus territorios. Puedes ver una imagen en el panel explicativo. Actualmente, en el pueblo, todavía quedan restos de alguna de estas norias.

En estas parcelas, se conreaban productos de la huerta, como nabos, coles, berenjenas, melones o sandías, muchos de los cuales habían sido introducidos en estas tierras gracias a los árabes. Más hacia el interior, en zonas alejadas de las crecidas del río, se cultivaban cereales, viñedos y árboles frutales, por ejemplo, higueras. Los olivos eran importantes, porque, aunque una parte de las aceitunas se guardaba para el consumo, la mayor parte se destinaba a la elaboración de aceite para condimentar la comida, para conservar alimentos y para las lámparas de iluminación. Una parte del aceite se elaboraba en la almazara que había en el castillo, que estaba equipada con una gran prensa.

Además de los huertos, había muchas tierras sin cultivar de las que se extraían recursos naturales, como la caza, la pesca, los frutos silvestres o la leña. Igualmente, se utilizaban como pastos para los rebaños.

Miravet también era un importante centro alfarero. Frente a la portalada de muchas casas de la localidad había grandes cajas de madera llenas de piezas de cerámica, como jarras, escudillas, platos u ollas.

Cuando los cristianos conquistaron Miravet, mantuvieron el campesinado andalusí y sus sistemas de cultivo. Sin embargo, dieron más peso a la producción de cereales y viñedo, porque el grano y el vino eran productos fáciles de almacenar.

Durante el dominio templario, el castillo de Miravet no fue solo una fortificación militar. Funcionaba, sobre todo, como un centro administrativo desde el que se impartía justicia y se cobraban impuestos, las llamadas rentas feudales, que tenían que ver con el uso de las infraestructuras, como los molinos o el propio río, o, simplemente, se tomaba parte de las cosechas o del ganado.

Además, la posición estratégica del castillo permitía el control de esta parte del río Ebro, tanto para facilitar el comercio de todo tipo de mercancías, como para gestionar servicios esenciales, como para posibilitar el paso de una orilla a otra. También era óptima para vigilar posibles incursiones de piratas fluviales, una amenaza real por aquel entonces. Sí, has oído bien: en este río había piratas.

Para continuar con la visita, dirígete hasta la explanada que hay frente a la puerta de entrada del castillo. En medio del espacio encontrarás un panel, el nuevo punto de referencia.

La toma del castillo de Miravet por parte de los cristianos debe situarse dentro del proceso de la conquista de los territorios de al-Ándalus, más allá de Tarragona, lo que hoy conocemos como Cataluña Nueva.

Entre 1148 y 1149, el conde Ramón Berenguer IV conquistó Tortosa y Lleida, en asedios que fueron largos y muy duros. Los musulmanes ofrecieron una resistencia feroz, pero, finalmente, las ciudades capitularon. La conquista fue acompañada de masacres y muchas personas acabaron cautivas.

En 1153, tras cuatro siglos de presencia andalusí en la Cataluña Nueva, Siurana y Miravet fueron los últimos enclaves en caer en manos de la nueva sociedad feudal. En cuanto fue conquistado, Ramón Berenguer IV cedió el castillo andalusí a la orden del Templo.

Ha llegado el momento de entrar en el castillo. Pero, antes, presta atención al bastión, esta estructura fortificada que tienes delante, a tu izquierda, que protege el recinto. Este bastión no es templario, sino una construcción más moderna, probablemente edificada en el siglo xviii, sobre una antigua torre defensiva de la época hospitalaria. Las excavaciones arqueológicas también han revelado restos de la antigua muralla andalusí. Esta construcción defensiva es una nueva muestra de la transformación de los elementos del castillo para adaptarse a las necesidades de cada momento.

Ahora sí, cruza la puerta de acceso al recinto soberano, la parte alta del conjunto, donde se encuentra el núcleo principal del castillo templario. A ambos lados del pasaje de entrada, encontrarás la cisterna, el espacio donde se almacenaba el agua para el castillo, y el cuerpo de guardia, el lugar donde estaban los soldados que vigilaban la entrada al recinto soberano.

Diálogo entre el soldado del cuerpo de guardia y Saïd, un joven que lleva las verduras al castillo.

Soldado: ¡Alto a la guardia! ¿Quién va?

Saïd: As-salamu alaykum. La paz sea con vos.

Soldado: No te había visto nunca. ¿Quién eres y qué llevas en la cesta?

Saïd: Me llamo Said, y traigo las verduras para la cocina.

Soldado: Déjame verlo… Mmm, qué buen aspecto tiene esta cesta. Habéis tenido una buena cosecha.

Saïd: Son coliflores, espinacas y habas.

Soldado: ¿Habas? ¿Tan pronto?

Saïd: Este año el frío ha llegado temprano. También hay alguna chirivía. Y granadas muy dulces.

Soldado: ¿A ver? Dame una.

Saïd: Son para el castillo.

Soldado: ¿Y quién te crees que soy yo? Si yo no quiero, no entras.

Saïd: Está bien. Aquí tenéis.

Soldado: Y de esto, ni media palabra. Y ahora, pasa, que con tanta palabrería aún llegarás tarde.

Saïd: In shā’ Allāh.

La próxima parada de la visita está en el panel del patio, justo al final del pasaje de entrada.

Este es el patio de armas, el espacio que estructuraba el recinto soberano, la parte superior del castillo.

Dentro del recinto, en el nivel bajo, empezando por tu derecha, hay un primer espacio sin techo que era el acceso al baluarte; después está el refectorio, un almacén y una entrada que lleva al polvorín y la bodega.

En la planta de arriba, la planta noble, están las dependencias más importantes: en el primer piso, la galería, con cuatro ventanas, una de ellas convertida en puerta; detrás de la galería, la iglesia; y, encima de la galería, la sala del comendador, la máxima autoridad de la orden en este distrito, donde se encuentran las dos pequeñas ventanas.

En época templaria, a la galería se accedía por una escalera de madera que se podía quitar en caso de ataque y que se apoyaba sobre las dos ménsulas que había sobre la ventana de la izquierda. Hoy, si te fijas bien en el muro que tienes delante, todavía se puede ver una.

A la izquierda había un edificio, hoy desaparecido, que albergaba una caballeriza, un horno y, en el piso superior, posiblemente el dormitorio de los templarios. A la derecha había una pasarela elevada de madera que comunicaba el edificio del refectorio con la galería.

Si quieres saber cómo era el patio de armas, puedes ver la recreación en 3D que tienes en la guía.

La sala del comendador era el auténtico centro de mando del castillo. Actualmente no se puede visitar, porque el acceso no está habilitado, pero se llegaba por un pasillo situado sobre el refectorio y cruzando una pequeña terraza. Con un poco de atención, todavía se puede ver el rastro de este antiguo pasillo sobre el muro.

El comendador dirigía todo el castillo, administraba los pueblos y tierras que dependían de la fortaleza, y ejercía un dominio administrativo sobre las demás encomiendas de las Terres de l’Ebre. Junto a la torre del tesoro, su sala era el espacio mejor defendido de todo el conjunto.

Aquí, en el patio de armas, se entrenaban los templarios para ir a la guerra. Pero… ¿qué guerra?

Por aquel entonces, los cristianos con recursos querían viajar a Tierra Santa para visitar la ciudad sagrada de Jerusalén. Pero esas tierras estaban bajo el control musulmán, y los peregrinos que viajaban hasta allí se exponían a muchos peligros.

En 1095, el papa Urbano II hizo un llamamiento a los reinos europeos con el fin de crear un ejército para conquistar esos territorios. Muchos caballeros respondieron con entusiasmo, y así empezaron las cruzadas.

Diálogo en el patio del castillo entre Hug, un joven aspirante a templario, y su maestro en el arte de la guerra.

Sonido de dos espadas grandes y pesadas luchando.

Maestro: ¡Muy bien, Hug! Ya basta por hoy.

El sonido de espadas se detiene.

Hug (con la respiración algo alterada por el esfuerzo): ¿Cómo lo he hecho, maestro?

Maestro: Bien. Cada día lo haces mejor.

Hug (contento): ¡Gracias, maestro! ¿Cree que ya estoy preparado para ser armado caballero? ¡No veo el día de ir a Tierra Santa!

Maestro: Calma, chico, calma. Solo tienes once años. No tengas prisa. ¿O es que quieres caer en el primer enfrentamiento?

Hug (desencantado): Pero, maestro… llevo tiempo preparándome. Soy un buen guerrero.

Maestro: El enemigo también se prepara. Y te aseguro que luchan como leones.

Hug: ¡Pero Dios está de nuestra parte! Y me ayudará. Ellos veneran a un dios falso.

Maestro: Chico, escúchame bien. Yo he visto caer en el campo de batalla a los hombres más fuertes y valientes que te puedas imaginar. Hombres santos expertos en el arte de la guerra. A los infieles los inspira el demonio, pero a fe de Dios que saben luchar.

Hug: No lo entiendo, maestro. Si son tan peligrosos, ¿por qué los dejamos vivir en Miravet? ¿Por qué no terminamos con ellos?

Maestro: Hijo, a estos los necesitamos. ¿O es que quieres dedicarte a cosechar nabos y coles?

La orden del Templo se fundó en 1120 en Jerusalén por parte de un grupo de caballeros liderados por el noble francés Hug de Payens. Fue la primera orden religiosa y militar de la cristiandad.

Su misión principal era proteger a los peregrinos cristianos y cuidarlos, así como defender los lugares sagrados de Tierra Santa.

Como orden religiosa y militar, además de los votos monásticos de pobreza, obediencia y castidad, añadían el voto de armas. Así, consideraban que servían a Dios con la fe y con la espada.

Los templarios se extendieron por toda Europa. Entre los siglos xii y xiv se convirtieron en una de las instituciones religiosas y militares más poderosas del continente. Para ello contaron con el apoyo de los reyes y de los papas.

Pero ¿cómo lograron acumular una fortuna tan impresionante?

La orden administraba tierras, explotaba los recursos y cobraba rentas feudales de la población a cambio de protección. También tenía infraestructuras que generaban beneficios y recibía grandes donaciones de nobles y reyes. Además, estaba exenta de pagar impuestos, lo que le permitía acumular aún más riqueza.

Sin embargo, estas inmensas fortunas no se utilizaban para el lujo personal, sino para financiar la gran misión que tenían: defender a la cristiandad y la Guerra Santa.

En la orden del Templo, no todos tenían el mismo rango ni las mismas funciones.

En lo alto de la jerarquía estaban los caballeros, pero, en realidad, solo uno de cada diez templarios formaba parte de este grupo. Su vida giraba en torno a la oración y la preparación para la guerra.

La presencia de mujeres templarias era escasa, aunque se tiene noticia de algún caso aislado, como el de Ermengarda d’Oluja, que fue comendadora del Raurell, en la orilla del río Francolí. En el castillo había otras mujeres, como las donadas, que eran mujeres laicas que, al igual que podían hacerlo los hombres, se entregaban al servicio del castillo por un tiempo determinado. Pero, en el caso de las mujeres, siempre debían hacerlo acompañadas de sus maridos.

La mayoría de los miembros de la orden eran sargentos, cuya misión era servir a los caballeros; aunque algunos también eran soldados.

En el escalafón más bajo estaban los frailes de los oficios, que se dedicaban a las labores diarias. En este colectivo había herreros, constructores, zapateros, sastres y cocineros, pero también campesinos, pastores y molineros.

Pero en el castillo había otras personas que no eran templarios y que formaban parte de su entorno.

Había sirvientes —hombres y mujeres— que podían vivir en Miravet e ir y venir todos los días del pueblo al castillo. Sus tareas eran muy variadas y podían trabajar en el campo, cuidar a los animales, limpiar el castillo o hacer la colada de la ropa de los templarios.

Y, por último, estaban los cautivos —una forma suave de llamar a los esclavos—, que vivían en condiciones bastante precarias, sin ningún derecho.

Para continuar la visita, entra en el refectorio por la segunda puerta a tu la derecha, mirando a la fachada principal.

Esta gran sala era el refectorio, el comedor de los templarios. Sin embargo, las dimensiones del espacio hacen pensar que, además de comedor, habría tenido otros usos, como el de dormitorio comunitario para los frailes e, incluso, el de espacio de reunión o sala de estar.

El nivel original del suelo estaba más arriba, aproximadamente medio metro por debajo de las ventanas de la derecha. Una reciente excavación arqueológica retiró varios metros de materiales de relleno, dejando a la vista la base de las columnas templarias y los restos del antiguo hisn andalusí, este fragmento de muro, y los grandes bloques de piedra caídos que hay a la izquierda.

Pero cuidado: estas columnas no están descabezadas, sino que responden a un proyecto constructivo que no se terminó. En los paneles informativos puedes leer la historia.

Si quieres saber cómo era el comedor, puedes ver la recreación en 3D que tienes en la guía.

Los templarios comían en mesas compartidas y siempre por parejas, para evitar la tentación de la gula. Mientras almorzaban, tenían que escuchar en silencio la lectura de textos religiosos, de la que se encargaba uno de los templarios.

La dieta era sencilla y basada en los alimentos de la zona. En el interactivo de esta sala te proponemos un juego para aprender más.   

Los sirvientes y cautivos tenían una alimentación mucho más pobre. Según la norma templaria, debían recibir rebanadas del pan que había sobrado del día y una décima parte del total del pan depositado como limosna. Solo el domingo podían comer algo de carne.

Ahora, sal del refectorio y sube a la planta noble por las escaleras metálicas (las de piedra no están habilitadas). Cuando estés arriba, quédate en la galería, es el siguiente punto de la guía.

La galería era un espacio de transición, como un pequeño claustro, que permitía circular por el castillo y que también aportaba luz natural a la entrada del templo, gracias a los grandes ventanales de medio punto.

Los monjes hospitalarios —que, como sabes, tomaron el control del castillo después de los templarios— se referían a esta galería como de profundis, en alusión a los cantos de los funerales. Lo cual hace pensar que en este espacio quizá se realizaban las ceremonias de entierro de los hermanos de la orden.

Si observas con atención los muros de la galería, verás una franja de pintura blanca que recorre las juntas entre las piedras. Se trata del encintado, una técnica decorativa que, además de dar un toque estético, protegía los muros de la humedad y la degradación. También puedes encontrarla en otras partes del castillo, como en el interior de la iglesia y en la torre del tesoro. La decoración sigue un patrón de líneas rojas horizontales y negras verticales, los colores presentes en las capas de los templarios. ¿Sabías que los colores templarios simbolizan los principios de la orden? El negro representa la fuerza y el valor; el blanco, la pureza y la castidad; y el rojo, la sangre de Cristo.

Ahora, para continuar la visita, entra en la iglesia.

Esta iglesia era la capilla de la encomienda de Miravet y estaba reservada para los frailes templarios del castillo. Aquí pasaban muchas horas, ya que la regla templaria establecía hasta ocho oficios diarios, que marcaban el ritmo de vida de la comunidad.

Este espacio no era solo un lugar de oración, sino un símbolo de poder, espiritualidad y resistencia en el castillo de Miravet.

La iglesia tiene una estructura de nave única cubierta con una bóveda de cañón ligeramente apuntada.

El interior es bastante sobrio y solo recibe algo de luz natural a través de cuatro ventanas y el rosetón. La ventana más destacada es la del ábside, orientada al este y llamada la ventana del Sol Naciente, porque simboliza la resurrección de Cristo. Verás que está desplazada con respecto al centro. ¿El motivo? La torre del tesoro, que se encuentra justo detrás, se construyó antes, por lo que la ventana tuvo que adaptarse a ella.

Las demás ventanas están en el muro del norte. En el muro de poniente se encuentra el rosetón, del que se conservan algunos restos.

A los pies de la iglesia hay una escalera de caracol que permite acceder a la terraza superior. Si más tarde te apetece subir, ten cuidado, porque es una escalera estrecha y está un poco deteriorada.

Si observas con atención las paredes, verás varias cruces de consagración, inscritas en un círculo, a la altura de la cabeza. Forman parte del ritual para convertir la iglesia en apta para el culto divino. También hay cruces incisas a dos metros del suelo, que originariamente estaban pintadas de color rojo.

Si quieres ver un elemento original de esta capilla conventual, puedes visitar la vieja iglesia del pueblo de Miravet, que ahora es un museo. Allí se conserva la mesa de altar del siglo xii, que se utilizaba en esta misma iglesia.

Si quieres saber cómo era originalmente el edificio, puedes ver la recreación en 3D que tienes en la guía.

Aquí, en la iglesia, se celebraba la ceremonia de ingreso en la orden.

Pero entrar en la orden del Templo no era para cualquiera. Además de ser soldados, hacían también los tres votos monásticos: pobreza, obediencia y castidad. Para convertirse en caballero templario, antes tenía que haber sido armado caballero, y eso solo lo podían conseguir los que provenían de la nobleza.

Los caballeros se regían por la regla templaria, una lista de 76 artículos que después se ampliaría a casi 700. La obediencia era el voto principal, y existían una serie de castigos si no se cumplían las órdenes. Las faltas graves estaban relacionadas con la traición de cualquier tipo a la orden o al cristianismo, y también con la homosexualidad.

Las relaciones con mujeres también estaban penadas, pero solo con la pérdida del hábito. En el artículo 53 de la regla templaria queda claro cuál era la imagen de las mujeres para los templarios y para la cristiandad en general. Dice, literalmente: “La compañía de las mujeres es peligrosa. Son numerosos a los que, por haber frecuentado a mujeres, el diablo ha apartado del camino recto del paraíso. Que las mujeres en calidad de frailes no sean, pues, recibidas en la casa del templo”.

La ceremonia de ingreso a la orden consistía en un largo proceso. Primero, el aspirante debía aceptar los votos y realizar un juramento. Luego, si nadie se oponía, era aceptado oficialmente con una frase muy clara sobre lo que le esperaba: “Te prometemos pan y agua, la ropa humilde de la casa y muchos sufrimientos y trabajos”.

En el ábside semicircular, a tu izquierda, está la sacristía y, al fondo, una puerta por la que se llega a la torre del tesoro. Pero ese acceso es moderno y está cerrado al público; en la época de los templarios, el único camino para entrar en la torre del tesoro era desde la sala del comendador.

En la torre del tesoro se custodiaban el dinero y los objetos de mayor valor de la encomienda de Miravet. Pero, sobre todo, era el espacio en el que se guardaba el Tesoro Provincial: el archivo central de la provincia de Cataluña y Aragón de la orden del Templo.

Los bienes que se custodiaban en la torre del tesoro conferían a los templarios un poder que se manifestaba de tres maneras. En el ámbito económico, porque les proporcionaba tal autonomía financiera que incluso los reyes recurrían a sus préstamos. En el ámbito social y político, puesto que eran capaces de influir en las decisiones de los propios monarcas. Y, finalmente, en el ámbito simbólico y religioso, porque su riqueza les permitía financiar la Guerra Santa, lo que los legitimaba como protectores de la fe cristiana.

A principios del siglo xiv, todo este poder se había vuelto incómodo para Felipe IV, monarca de Francia. Así, él y el papado decidieron poner fin a la orden. Esto les permitía cancelar las deudas que tenían con los templarios y, de paso, apoderarse de sus riquezas.

El Papa convenció al rey Jaime II para que impulsara la persecución de los templarios en tierras catalanas. Sin embargo, los castillos de la orden opusieron resistencia; el de Miravet se convirtió en el último baluarte en Cataluña. Resistió un asedio de un año hasta que, finalmente, capituló.

En 1308, el castillo cayó en manos de los oficiales reales, y, en 1312, el papa Clemente V disolvió oficialmente la orden del Templo. Todas sus propiedades, incluyendo el castillo de Miravet, fueron transferidas a la orden militar Hospitalaria de San Juan de Jerusalén.

Tras su desaparición, y con el paso de los años, a menudo se ha mitificado a los caballeros templarios a partir de leyendas y creencias falsas. Y su legado se ha instrumentalizado: se les han atribuido unos valores fundacionales que no siempre casan con la realidad, pero que han sido útiles para determinadas corrientes de pensamiento.

Aquí termina la visita guiada. Esperamos que hayas disfrutado y que te haya ayudado a entender la historia del castillo y su territorio, con todas sus capas de lectura. Ahora puedes volver a bajar al patio; debajo de la galería y la iglesia, hay una bodega que, en la Edad Media, debía contener las botas y los lagares destinados al vino. También quedan los restos de una prensa. En este espacio podrás disfrutar de la experiencia de realidad virtual.